sábado, 6 de junio de 2015

LA  CRISIS  EN  BURUNDI:
LA TRAMPA
RUANDESA

Por: Javier  Fernando  Miranda  Prieto

Las masivas protestas populares contra la ilegal candidatura del presidente Nkurunziza en las próximas elecciones
presidenciales, han generado una brutal represión militar en Burundi, precipitando a este país
hacia una impredecible, como peligrosa guerra civil.

La actual situación de inestabilidad y anarquía política, que se vive en Burundi, está precipitando aceleradamente a este país, hacia un abismo de caos y violencia sin retorno. La terca y tozuda aptitud del presidente burundés Pierre Nkurunziza, de postular a un ilegal e inconstitucional tercer mandato presidencial, está poniendo en peligro la frágil estabilidad, no solo de su país, sino de toda la estratégica región de los Grandes Lagos.

A medida que la violencia se intensifica, especialmente en la capital Bujumbura, la Cruz Roja de Burundi ha informado que al menos 25 personas han muerto, mientras el número de detenidos, según cifras oficiales, bordearían las 190 personas encarceladas por delitos contra el Estado. Según la Organización Internacional para las Migraciones OIM, la cifra de los desplazados, que han cruzado las  fronteras de los países vecinos en busca de refugio, bordea las 140,000 personas. Se calcula que cerca de 70,000 están en Tanzania, 50,000 han logrado llegar a Ruanda y 20,000 ya se encuentran en la República Democrática del Congo RDC.

Esta emergencia humanitaria se ve agravada, desde hace dos semanas con la aparición de un brote de cólera, en los campos de refugiados burundeses en Tanzania. Según la organización Médicos Sin Fronteras MSF, las víctimas mortales de esta epidemia sobrepasarían las 35 personas, sumándose a los 3,000 casos comprobados de esta grave enfermedad. Asimismo, MSF habría informado, que han aparecido los primeros casos de cólera entre los 50 mil desplazados que han llegado a territorio ruandés. 

Son más de 140 mil personas que han huido de Burundi, escapando de la
represión militar. 50 mil de ellos se encuentran en la vecina Ruanda.
Esta afluencia de refugiados hacia Ruanda, ha activado todas las alertas sanitarias y de emergencia en el gobierno de Kigali. Hasta el punto que el propio presidente Paul Kagame, ha tendido su mano solidaria a su hermano en desgracia: “Se tomarán las medidas necesarias inmediatas para garantizar la protección a la población burundesa y actuaremos humanitariamente para restaurar la paz en ese país hermano”, señaló casi conmovido el mandatario ruandés.

Habría que reconocer que estas declaraciones de Kagame, no son una simple postura o exageración. La historia, ubicación geográfica y composición demográfica de estos dos países, han consolidado a través del tiempo, una estrecha relación entre ambos. Al margen de reconocidas coincidencias y divergencias históricas, Burundi y Ruanda están unidos por un pasado violento y en los últimos tiempos, por una marcada deriva autoritaria.

La actual crisis institucional, política y de legitimidad que atraviesa  Burundi, dada las condiciones actuales, habría que analizarla bajo los condicionamientos, intereses y gravitación que tiene el gobierno de Kigali, sobre la coyuntura que vive el régimen de Bujumbura.

Estos dos minúsculos Estados, están unidos, efectivamente, por diferentes aspectos: por el mismo pasado colonial; el mismo paisaje dominado por colinas; la misma superpoblación, entre las más elevadas de África (con 400 habitantes por kilómetro cuadrado) el mismo pueblo desde el punto de vista étnico, donde la mayoría hutu, conviven con la minoría tutsi y twa, quienes tradicionalmente han permanecidos marginados; con una misma y única lengua, hablada a ambos lados del río Akanyaru, que constituye la frontera entre los dos países. Sin embargo, estos dos Estados, que recuperaron su independencia plena, el 1 de julio de 1,962 han experimentado una evolución política diametralmente opuesta, pero que a partir de ahora, podrían estar coincidiendo en un proyecto autoritario común.

      “Según la OIM, la cifra de los desplazados de Burundi, 
       bordea las 140,000 personas, 70,000 están en Tanzania,
               50,000 han logrado llegar a Ruanda y 20,000
                          ya se encuentran en la RDC”


Ambos pises, fueron colonias del África oriental Alemania hasta 1,916, estuvieron luego bajo mandato belga por decisión de la Sociedad de Naciones y a continuación, bajo tutela del mismo país por orden de la ONU en 1,946. Las dos potencias coloniales (Alemania y Bélgica) se apoyaron en las monarquías feudales que reinaban en estos territorios antes de su llega, para administrarlas sin desbaratar demasiado las costumbres y las creencias locales. A la hora de concederles la independencia, bajo el torbellino de la marea independentista de los años sesenta, Bélgica avaló los hechos consumados en Ruanda, donde una revolución popular había derrocado a la monarquía feudal, y en Burundi, donde la monarquía no había sucumbido.

El frustrado golpe de Estado contra el dictador Nkurunziza, que despertó
la alegría y el respaldo de la mayoría del país, dio paso a una mayor
represión y a la restricción de las libertades democráticas. 
De esta forma, al llegar la independencia en 1,962, Ruanda se convertía en una república democrática dominada por los hutus y Burundi se mantenía como monarquía gobernada por una dinastía tutsi. Desde entonces, los dos países vecinos no han dejado de divergir políticamente, ni de influir, deliberadamente o por contagio, uno en los acontecimientos del otro.

En Ruanda, los monárquicos feudales tutsis, que no concebían la idea de vivir en un país gobernado por sus antiguos siervos hutus, abandonaron el país y se replegaron, en su mayoría, a Burundi. Desde allí prepararon y lanzaron, en reiteradas oportunidades, operaciones militares para intentar recuperar el poder, aprovechándose de la debilidad de la joven república. Mientras tanto en Burundi, la monarquía fue abolida en 1,966, pero solo se trató de una revolución palaciega, ya que fueron los militares tutsis los que se hicieron con el poder. En 1,972 esos mismos militares, so pretexto de un golpe de Estado fallido urdido por los hutus, perpetraron una de las peores masacres de la región, donde murieron más de 500,000 hutus burundeses. Algunas fuentes calificaron esta matanza como genocidio, pero la comunidad internacional miró a otro lado. Ante esta carnicería, varios miles de hutus encontraron refugio en la vecina Ruanda.

En 1,990, los descendientes de los monárquicos feudales ruandeses, que habían logrado alistarse en los ejércitos de sus países de acogida, lanzaron un ataque para recuperar el poder en Ruanda. La consecuente guerra duró más de tres años. En agosto de 1,993, los rebeldes tutsis y el gobierno ruandés de entonces, firmaron los famosos Acuerdos de Arusha en Tanzania, que otorgaba a los tutsis todos los puestos públicos y militares que reivindicaban, a cambio del cese de las hostilidades.

Mientras un antiguo refugiado hutu burundés, que había vivido y estudiado en Ruanda, Melchior Ndadaye, regresaba a su país, que había permitido el multipartidismo en favor de la apertura democrática, para ejercer sus derechos políticos. Para asombro de todos, este refugiado recién llegado a Burundi, venció en las presidenciales de junio de 1,993, al dictador tutsi, el mayor Pierre Buyoya. Sin embargo, no duró más de tres meses en la presidencia, en octubre del mismo año, los militares tutsis, que no toleraban tener como comandante en jefe –aunque fuera simbólicamente- a un hutu, lo sacaron de su cama, lo arrastraron por las calles de Bujumbura y lo torturaron en el comedor de los oficiales, antes que un cabo tutsi, lo estrangulara. Algunos piensan que Paul Kagame, que actuaba entonces, en connivencia con los oficiales tutsis burundeses y que en la actualidad, cuenta entre sus filas con numerosos combatientes procedentes de este país, como el actual general Jean Bosco Kazura, se encuentra en el origen y planeamiento de este asesinato.

                “Desde su independencia, los dos vecinos
                  no han dejado de divergir políticamente,
              ni de influir, deliberadamente o por contagio,
                    uno en los acontecimientos del otro”

Tan pronto se conoció, la noticia cayó como una bomba en Ruanda. Los partidos de la oposición, a los que el Frente Patriótico Ruandés FPR de Kagame había conseguido engañar, diciendo que el objetivo común era derrocar a Juvenal Habyarimana, el presidente hutu ruandés, y que después se repartirían el botín, abrieron los ojos. Ante la guerra civil que se desató en Burundi y los temores de inestabilidad, que podría expandirse en la región,  las diversas organizaciones políticas ruandesas se alejaron del FPR y apostaron por defender el régimen democrático.

Como antes, en la actual crisis en Burundi, los intereses de la vecina Ruanda
la hacen intervenir e influenciar en la política burundesa. 
Frente a esta contrariedad, el FPR no le quedaba más opción que la de provocar el caos, perjudicando la vigencia de los Acuerdos de Arusha y el lanzamiento de una ofensiva generalizada para hacerse con todo el país, mediante el asesinato del presidente Habyarimana, el 6 de abril de 1,994, dando inicio al llamado “genocidio ruandés”. Una vez más, los acontecimientos en Burundi influían en Ruanda y viceversa.

Desde hace algún tiempo, existían fuertes indicios que mostraban que Ruanda, estaba tratando de influenciar en el curso de los acontecimientos políticos en la vecina Burundi. La evolución política en este país, tras la guerra civil (1,993-2,005), no ha sido en absoluto del agrado de Paul Kagame, que al término de la contienda burundesa, ya llevaba más de una década en el poder en Ruanda. Los Acuerdos de Arusha entre los burundeses, que consagraba el reparto del poder entre tutsis y hutus a todo nivel, se sustentaban en la consolidación de un régimen democrático, lo cual no coincidía en absoluto con el proyecto de Kagame.

El modelo de democracia abierta, que se trató de construir en Burundi, especialmente la existencia de una oposición plural y activa –algo impensable en la Ruanda de Kagame-, la libertad de prensa, una sociedad civil fuerte e independiente o la desmitificación de un ejército de una sola etnia, la tutsi, como único garante de la seguridad de estos dos países, son características que provocaron, por muchos años, sudores fríos en Paul Kagame, que temía que algún día, sus seguidores se verían tentados de imitar al vecino burundés en materia de democracia. Todo ello era más que suficiente, para desear una desestabilización en la pobre Burundi.

        “El modelo de democracia que construyó Burundi:
             con una oposición plural, libertad de prensa,
            una sociedad abierta y un ejército multiétnico,
                 provocaban sudores fríos en Kagame”

En Burundi, desde hace poco más de un mes, se ha ido caldeando y enrareciendo la atmosfera política. El presidente Nkurunziza, ha dejado a un lado todo lo alcanzado en libertades ciudadanas e institucionalidad democrática construida con mucho esfuerzo por los burundeses y se ha embarcado en un proyecto autoritario, que tiene en su tercera e inconstitucional postulación presidencial, el primer paso para perpetuarse en el poder.

La reacción violenta de la juventud burundesa en las calles, en defensa del régimen democrático; la respuesta brutal y represiva por parte de la policía adicta al presidente; la frustrada asonada golpista, del mes pasado, que sirvió para evidenciar las pugnas y divisiones internas en el ejército y la radicalización, de los últimos días, del carácter dictatorial de un gobierno que está estrechamiento, cada vez más, los espacios de libertad y democracia, es la secuencia que se ha dado, desde el mes de abril, en la política burundesa y que está derivando en la consolidación de un régimen dictatorial.

Su objetivo de perpetuarse en el poder, puede hacer que Kagame, reedite
otro genocidio en la región de los Grandes Lagos, como el de 1,994
Ante ese escenario, en lugar que los burundeses logren solucionar la crisis política en base a la negociación, el consenso y la serenidad, el presidente Paul Kagame, aprovechándose del simbolismo del mes de abril -mes de la conmemoración del genocidio- y jugando con las emociones que afloran desde 1,994, se ha apresurado a echar más leña al fuego burundés. Por un lado estaba la ola de refugiados burundeses que llegaban a Ruanda, y que Kagame supo aprovechar para sus fines, manipulando las declaraciones de los recién llegados, las cuales fueron rápidamente difundidas por los medios adictos al gobierno, haciéndoles decir, a los refugiados, que huían porque son tutsis y que temen que los “imbonerakure” (los jóvenes paramilitares organizados y armados por el gobierno de Burundi) los masacren. Sin mencionar, que dentro de esos jóvenes burundeses existen numerosos jóvenes tutsis, que por lo tanto, extrañamente estarían masacrando a los suyos. Por otro lado, están las declaraciones sibilinas del propio Kagame, sobre su supuesto temor a que los acontecimientos en Burundi influyan sobre Ruanda, lo que implica, en otras palabras, que intervendría si los tutsis son víctimas de masacres en Burundi.

              “Ruanda ya le ha tendido la trampa a toda
             la clase política burundesa. Cualquier tipo de
       conflicto, será catalogado por Ruanda, como genocidio.
                 Justificando una intervención militar”

Como se sabe, Kagame tiene sus propias ambiciones de seguir gobernando su país por muchos años más, en las elecciones presidenciales programadas para el 2,017 la constitución le prohíbe postular a un tercer periodo. Sus intentos de reforma constitucional, no han sido recibidos, con buen agrado, ni por la oposición, ni por un amplio sector de la población, por lo cual está convencido que abrirse un frente externo, es lo más conveniente para sus fines. La consolidación del régimen dictatorial en Burundi, la inestabilidad política y la violencia armada en el este de la República Democrática del Congo RDC, como el despertar de las rivalidades y enconos étnicos en la región, le podrían ser muy funcionales para sus objetivos.

Ruanda ya le ha tendido la trampa a toda la clase política burundesa, sin distinción de partido político, ni de etnia. Cualquier problema, por insignificante que sea, derivado de la represición y la violencia o de cualquier otro conflicto, será rápidamente catalogado por Ruanda, apoyado por los medios y los lobbies occidentales, como genocidio. Esto justificaría la intervención de la comunidad internacional o más bien, de las tropas ruandesas bajo su mando. Los tutsis tomarían el poder en Bujumbura, disolverían el partido gobernante, declararían genocidas a los “imbonerakure” burundeses a semejanza de los “interahamwe” ruandeses y prohibirían toda oposición con el pretexto de luchar contra toda ideología genocida. Por último, para perpetuar todo su poder absoluto, se atribuirían el título de “liberadores del genocidio”.

La trampa ruandesa va ser que la historia reciente de Ruanda, se repita en la empobrecida Burundi.




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