miércoles, 3 de enero de 2024

 

¿HABRÁ PAZ EN EL MUNDO EN EL 2024?

 Por: Javier Fernando Miranda Prieto


El año 2023 ha terminado con una desoladora montaña de víctimas mortales por conflictos armados en el mundo (cerca de 300 mil), pero con dos guerras que son desoladoras y a la vez preocupantes desde el punto de vista geopolítico: la de Rusia contra la OTAN que tiene como escenario a Ucrania y la de Israel contra el pueblo de Palestina. Especialmente la segunda, está marcando niveles de horror pocas veces antes vistos, en el prontuario de crímenes perpetrado por el Estado sionista.

Pero a pesar de la brutalidad de estos dos conflictos, la guerra que ha causado más muertos en los últimos años ha sido la de Yemen, en la que están involucrados Arabia Saudí, Estados Unidos y el Reino Unido por un lado y los rebeldes hutíes yemeníes e Irán por el otro. Casi 400 mil muertos en nueve años, entre ellos un estimado de 85 mil menores de edad.

Hay una leve posibilidad de que este conflicto termine, o amaine al menos por negociaciones recientes, pero la sangría ha sido de espanto, sin que, a numerosos medios occidentales y políticos de todo el mundo, se les mueva muchas pestañas. Es un caso dramático de ninguneo mediático y político, con el agravante de que ha habido literales hambrunas en Yemen. En la actualidad, se ha reiniciado un dialogo entre los involucrados, impulsado por la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Irán, intermediada por China.

Por otra parte, la guerra de Siria, ya prácticamente ganada por el gobierno de Bachar el Asad, ha dejado cerca de 600 mil fallecidos y, aunque sí contó con más atención global, de todas maneras continuó de manera despiadada debido a la renuencia de Rusia y Estados Unidos por detenerla. La primera porque El Assad es un aliado importante de Rusia en la región, y el segundo por el temor de los norteamericanos de que llegue un Gobierno islamista al poder.


Ambas guerras han sido guerras ubicadas en un país, pero con el involucramiento de otras naciones. Algo así como conatos de ‘guerra fría’ en la escena contemporánea. El problema con la guerra en Ucrania es que, por primera vez en varios años, una potencia nuclear (Rusia) y una poderosa alianza militar (OTAN) se involucran en una guerra interestatal con capacidad de extenderse de manera perniciosa a otras zonas.

El drama en la Franja de Gaza, tras el brutal ataque de las milicias de Hamás el pasado 7 de octubre, consiste en que la represalia israelí es de tal magnitud, y en tan poco tiempo, que está haciendo estallar los estándares mínimos del Derecho Internacional Humanitario. Más 21 mil muertos, entre ellos al menos unos 8 mil menores de edad, si no más, es algo inenarrable.

Lo último que se sabe de este sangriento conflicto, es un informe de Unicef, que reporta que en Gaza 1.000 niños han sido amputados sin anestesia. Según otro informe, las cuatro de cada cinco personas más hambrientas del mundo están en Gaza y el 90 por ciento de gazatíes solo ha comido una vez cada dos días. Los ataques de Israel contra la población civil desarmada no han hecho sino incrementar en ferocidad desde que su aliado, el gobierno de EE. UU., logró obstaculizar por enésima vez una resolución para el cese del fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU y ha seguido enviando armas a Israel con la que su ejército sigue matando palestinos, sin excluir el día de Navidad y en el mismo lugar donde nació Cristo. Mientras el mundo celebraba el nacimiento de Belén, Belén no celebró y estuvo de luto.

¿Qué nos queda para el 2024? El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ya ha anunciado que los bombardeos tienen para varios meses más, con un cinismo y frialdad impresionantes; y en Ucrania, tanto Rusia como la OTAN no tienen la menor intención de renunciar a su cruzada bélica en nombre de un falso nacionalismo o de un poco disimulado anhelo expansionista.

Asimismo, las guerras intestinas en África continuarán: el flagelo del yihadismo en los países del sahel, en el Golfo de Guinea y en el cuerno de África (Etiopía, Sudán, Yibuti), naciones ninguneadas por gran parte de la opinión pública global, se enfrentaran a una nueva geopolítica regional propiciada por: el ocaso de la influencia de Francia en el sahel; los nuevos socios y aliados (Rusia, China, Brasil, Turquía) y por la gravitación de nuevos referentes regionales (Mozambique, Angola, Ghana).

Mientras en diferentes lugares del mundo, en el frío o calcinante territorio en donde se generen estas guerras, miles de personas, incontables niños incluidos, seguirán sufriendo por la infame costumbre de convertir a la población civil en carne de cañón sin defensa que justifica razones de Estado.

 

miércoles, 4 de enero de 2023

ÁFRICA 2022: UN AÑO CON LUCES Y SOMBRAS
Por:  Javier Fernando Miranda Prieto

El 2022 fue un año de continuidad y cambio, de luces y sombras, de convivencias y enfrentamientos; marchas por la paz y revueltas indignadas; conflictos que esbozaban una solución y guerras olvidas que retornaban como fantasmas; líderes que parecían perpetuarse en el poder o que gozaban de muchos privilegios, han visto como se apagaba su estrella y otros cuyo anonimato era frecuente, se han catapultado como líderes regionales; economías milagrosas que empezaban a despuntar y un crecimiento económico que retrocede, ante los efectos de una guerra extra-regional. Como vemos, para el continente africano, el año que se está yendo, fue un año con matices, contradictorio, en un continente lleno de contrastes.
 
Este año se ha constatado que la parábola del desarrollo en África, se halla en una crítica encrucijada. Por una parte la revolución en las comunicaciones y las tecnologías de la información, han generado un cambio demográfico, un crecimiento urbano y un boom de los precios de las materias primas, que podrían haber convertido al continente africano en una nueva potencia económica global. Sin embargo, los rezagos de una pandemia que minó la economía de sus países; la guerra entre Rusia y Ucrania, que ha afectado los precios de los alimentos importados y la ausencia de una real agenda de desarrollo que priorice la satisfacción de las necesidades básicas de la población, han generado, en los últimos 12 meses: hambrunas, migraciones masivas, inacabables procesos de pacificación y la expansión de la plaga del terrorismo yihadista.
 
En el marco de este dramático contexto, el año 2022 empezó con una asonada militar en Burkina Faso, el presidente Roch Marc Kaboré, el pragmático empresario, el tecnócrata y economista, al inicio de su segundo mandato, era depuesto por jóvenes oficiales del ejército, al mando del capitán Ibrahim Traoré, ante la incapacidad de su gobierno de enfrentar con eficiencia la violencia yihadista. La nueva cúpula militar no oculta su simpatía de plantear una mayor presencia militar de Rusia en su país. También en Burkina, y luego de 34 años del martirologio del líder Thomas Sankara, un tribunal de Ouagadougou, compuesto por jueces burkineses, condenaron en ausencia, al ex-dictador Blaise Compaoré a cadena perpetua por el delito de autoría mediata por el magnicidio contra el ex-presidente Sankara.
 
En un año de consultas populares y elecciones presidenciales en África, destacó el triunfo en las urnas de William Ruto, como presidente de Kenia. En agosto, este joven y carismático político, derrota al eterno caudillo opositor Raila Odinga. Se vislumbra un relevo generacional y nuevos tiempos en la política keniana. También en agosto, las tropas francesas de la operación militar Barkhane, luego de más de una década en territorio africano, se retiran del continente, ante el evidente fracaso de su estrategia militar contra los grupos yihadistas, quienes dominan extensas zonas de la región del sahel. Pero el fuerte sentimiento anti-francés, evidenciado en muchas naciones africanas, se ha acentuado en el último año. En la ciudad de Yamena, capital del Chad, el día 20 de octubre, fue escenario de una de las más crueles e infames masacres perpetradas contra la población civil de un país. Más de 150 personas fueron asesinadas y miles detenidas, por comandos del ejercito chadiano, cuando protestaban pacíficamente contra la dictadura de Mohammad Déby, aliado y cómplice de Francia en la región. Una población indignada, que repudia la presencia militar de la potencia europea en África, un rechazo que se ha visto reeditado este año en Mali, Burkina Faso, Guinea Conakry, República Centroafricana y Níger.
 
África es un continente de conflictos bélicos permanentes, pero este año parecía eclipsarse una guerra que había tomado grandes proporciones. En Etiopía, los rebeldes de la provincia de Tigray acuerdan, en el mes de noviembre, un “cese de hostilidades” con el gobierno del Primer Ministro Abiy Ahmed. Luego de la intransigencia de Addis Abeba, que costó más de 500 mil muertos y dos millones de desplazados y ante la presión de China y los Estados Unidos, sus principales aliados, el gobierno etíope tuvo que ceder, por ahora, a un “alto el fuego”. Pero mientras esto ocurría en el Cuerno de África, en la región de los Grandes Lagos, al este de la República Democrática del Congo, como si fuera un fantasma que regresaba del pasado, un viejo conflicto se reeditaba en esta estratégica zona. En noviembre, al menos 131 civiles murieron, en apenas dos días, por acción de la banda armada M23, un grupo de sicarios financiados y entrenados por Ruanda y Uganda, quienes incursionan recurrentemente en territorio congoleño, para tomar control de los ingentes yacimientos mineros de la zona. Al final de este año, estas milicias armadas se han replegado a sus territorios de origen. Pero esta región africana, está muy lejos de encontrar una autentica paz, si no es capaz de encarar las verdaderas causas de este lacerante conflicto.
 
Casi al final del año, un evento internacional catapulto al dictador egipcio Abdelfatah Al Sisi, al rango de gran líder mundial. En una bien planificada estrategia de “lavada de cara” y en complicidad con las NN.UU, el sátrapa y asesino egipcio inauguró la conferencia COP27. Al margen de los pocos acuerdos adoptados en este evento sobre el cambio climático, lo cierto es que esta Cumbre en Egipto se pareció mucho al Mundial de Futbol en Qatar, también escenificada este año: más importante es la defensa de los intereses económicos de las potencias y de las grandes corporaciones, que la lucha por la democracia, las libertades y la defensa de los derechos humanos de las personas.
 
A la luz de este breve resumen, podemos constatar que el 2022 fue para África un año de contrastes. Varios conflictos armados pasan al 2023 sin una paz verdadera. Sólo algunos amainaron en el año que se va y ciertas negociaciones en curso podrían arribar a buen puerto en los próximos 12 meses. Como fuere, el año que se está yendo ha sido un año con luces y sombras, quizás como el que vendrá.

domingo, 6 de noviembre de 2022

 

ÁFRICA: ¿UN PEÓN DE LA  NUEVA  GUERRA  FRÍA”?

Por: Javier Fernando Miranda Prieto

Los EE.UU considera al continente africano, como su campo de batalla para librar su "Nueva
Guerra Fría" contra China y Rusia.

La presencia constante de bases militares extranjeras en África, no solo simboliza la falta de unidad y soberanía; sino también, refuerza la fragmentación y subordinación de los gobiernos y pueblos del continente africano. Para entender esta situación, hay que analizar cómo la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN-,  ha comenzado a desarrollar, paulatinamente,  una visión propia de África y cómo el gobierno de Estados Unidos considera al continente africano, como una primera línea en su Doctrina Monroe Global.

En agosto de 2022, Estados Unidos publicó una nueva estrategia de política exterior dirigida a África. El documento, de 17 páginas, incluía un total de 10 menciones a China y Rusia, incluyendo el compromiso de “contrarrestar las actividades perjudiciales de la República Popular China, Rusia y otros actores extranjeros” en el continente, pero no mencionaba ni una sola vez el término “soberanía”. Aunque el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, ha declarado que Washington “no dictará las decisiones de África”, los gobiernos africanos han denunciado que se enfrentan a la “intimidación condescendiente” de los Estados miembros de la OTAN para que se pongan de su parte en la guerra de Ucrania. A medida que aumentan las tensiones mundiales, EE. UU. y sus aliados han señalado que ven el continente como un campo de batalla para librar su Nueva Guerra Fría contra China y Rusia.

El Africom ha establecido 29 bases militares en el continente
y 60 puestos de avanzada en 34 paises africanos.
En su última cumbre anual del mes de junio, la OTAN denominó a África, junto con el Medio Oriente, como el “vecindario al sur de la OTAN”. Además, el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, se refirió ominosamente a la “creciente influencia de Rusia y China en nuestra vecindad meridional” como una “amenaza”. Al mes siguiente, el comandante saliente del AFRICOM, el general Stephen J Townsend, citó a África como “el flanco sur de la OTAN”. Estos comentarios recuerdan de forma inquietante a la actitud neocolonial propugnada por la Doctrina Monroe de 1823, en la que Estados Unidos calificaba a América Latina como su “patio trasero”.

Esta visión paternalista de África parece estar muy extendida en Washington. En abril, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó por abrumadora mayoría la “Ley para Contrarrestar las Actividades de Influencia Maligna de Rusa en África”, por una votación de 415 a 9. El proyecto de ley, que pretende castigar a los gobiernos africanos por no alinearse con la política exterior de Estados Unidos respecto a Rusia, ha sido ampliamente condenado en todo el continente por no respetar la soberanía de las naciones africanas, y la ministra de Asuntos Exteriores de Sudáfrica, Naledi Pandor, lo calificó de “absolutamente lamentable”.

Los esfuerzos de EE.UU. y los países occidentales por atraer a África a sus conflictos geopolíticos despiertan serias preocupaciones: ¿utilizarán EE.UU. y la OTAN su vasta presencia militar en el continente para lograr sus objetivos?

Hay que recordar que en 2007, Estados Unidos creó su Comando de África (AFRICOM) “en respuesta a nuestras crecientes asociaciones e intereses en África”. En solo 15 años, el AFRICOM ha establecido al menos 29 bases militares en el continente como parte de una extensa red que incluye más de 60 puestos de avanzada y puntos de acceso en al menos 34 países, más del 60% de las naciones del continente.

A pesar de la retórica de Washington de promover la democracia y los derechos humanos en África, en realidad, el AFRICOM pretende asegurar la hegemonía estadounidense en el continente. Los objetivos declarados del AFRICOM incluyen “proteger los intereses estadounidenses» y «mantener la superioridad sobre los competidores” en África. De hecho, la creación del AFRICOM estuvo motivada por las preocupaciones de “aquellos alarmados por la creciente presencia e influencia de China en la región”.

Desde el principio, la OTAN participó en el proyecto, con la propuesta original presentada por el entonces Comandante Supremo Aliado de la OTAN, James L Jones Jr. El AFRICOM realiza anualmente ejercicios de entrenamiento destinados a mejorar la operatividad, entre los ejércitos africanos y las “fuerzas de operaciones especiales de EE. UU. y la OTAN”.

La naturaleza destructiva de la presencia militar de Estados Unidos y la OTAN en África quedó ejemplificada en 2011, cuando —ignorando la oposición de la Unión Africana— Estados Unidos y la OTAN lanzaron su catastrófica intervención militar en Libia para derrocar al gobierno de Muamar Gadafi. Esta guerra de cambio de régimen destruyó el país, que anteriormente había obtenido la mejor puntuación entre las naciones africanas en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Más de una década después, los principales logros de la intervención en Libia han sido el regreso del mercado de personas esclavizadas al país, la entrada de miles de combatientes extranjeros y una violencia interminable. En el futuro, ¿invocarán Estados Unidos y la OTAN la “influencia maligna” de China y Rusia como justificación para intervenciones militares y de cambio de régimen en África?

En la Asamblea General de la ONU de este año, la Unión Africana rechazó firmemente los esfuerzos coercitivos de Estados Unidos y los países occidentales para utilizar el continente como peón en su agenda geopolítica. “África ya ha sufrido bastante el peso de la historia. (…) No quiere ser un peón de la nueva Guerra Fría, sino un polo de estabilidad y de oportunidades abierto a todos sus socios, sobre una base de beneficio mutuo”, declaró el presidente de la Unión Africana y presidente de Senegal, Macky Sall. De hecho, el afán de guerra no ofrece nada a los pueblos de África en su búsqueda de la paz, la adaptación al cambio climático y el desarrollo.

El presidente de Senegal Macky Sall, ha defendido la soberanía 
de los Estados africanos.
En la inauguración de la Academia Diplomática Europea el 13 de octubre, el jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, dijo: “Europa es un jardín (…) El resto del mundo (…) es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín”. Como si la metáfora no fuera suficientemente clara, añadió: “Los europeos tienen que comprometerse mucho más con el resto del mundo. Si no, el resto del mundo nos invadirá”. Los comentarios racistas de Borrell fueron ridiculizados en las redes sociales y destrozados en el Parlamento Europeo por Marc Botenga, del Partido de los Trabajadores belga, y una petición del Movimiento Democracia en Europa, pidiendo la dimisión de Borrell, ha recibido más de 10.000 firmas.

La falta de conocimiento histórico de Borrell es notable: son Europa y Norteamérica las que siguen invadiendo el continente africano, y son esas invasiones militares y económicas las que producen la migración de los pueblos africanos. Como dijo el Presidente Sall, África no quiere ser “un peón de la nueva Guerra Fría”, sino un lugar soberano y digno.

 

 

 

miércoles, 7 de septiembre de 2022

 BURKINA FASO: ENTRE EL CAMBIO CLIMÁTICO Y LA VIOLENCIA ARMADA 

En los últimos cuatro años Burkina Faso ha debido de enfrentar a las milicias de Al Qaeda
y del Dáesh (Estado Islámico).

Por:  Javier Fernando Miranda Prieto

Décadas de cambio climático y años de una violencia cada vez mayor por parte de grupos armados yihadistas, estarían precipitando a un país como Burkina Faso, hacia una hambruna generalizada y una emergencia humanitaria sin precedentes. Como sabemos, la región del Sahel, una extensión árida situada al sur del desierto del Sáhara, zona en la que está situado este país del África occidental, es uno de los territorios del mundo más afectadas por el cambio climático. Aproximadamente el 80 % de la tierra agrícola del Sahel está degradada debido a unas temperaturas que han ascendido 1.5 veces más rápido que la media mundial, según el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Esta árida región africana y en especial Burkina Faso, se ha visto afectada por el aumento de la magnitud e intensidad de las sequías, las olas de calor, los fuertes vientos y las tormentas de polvo. En este informe también se señala, que más de una tercera parte de la tierra de Burkina está degradada, más que otro país de la zona y esa degradación avanza a un ritmo de 360 mil hectáreas al año. Ante estas condiciones climáticas adversas, que se veían venir y que ningún país de la región hizo nada para poder evitarla, ahora Burkina Faso alberga a más de dos millones de personas que sufren una inseguridad alimentaria grave, frente a más de 680 mil que se calcularon el año pasado por estas fechas, una cantidad mucho mayor que las que tiene sus vecinos como Mali o Níger. En las provincias del norte, como Loroum, se espera que la situación nutricional siga siendo grave hasta fin de año, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación FAO.

Esta devastación climática y económica en este país del oeste africano, lamentablemente no se encuentra entre las prioridades del gobierno militar impuesto el pasado mes de enero de este año, dirigido por el Presidente Paul-Henri Sandaogo Damiba, más preocupado en estabilizar su gobierno, ante las amenazas de la diplomacia francesa, quien ha visto disminuir su influencia política en esta región africana.

Esta crisis climática y alimentaria, ha ido acompañada de un largo e interminable conflicto armado en la zona. Tras la invasión de Libia por los ejércitos de la OTAN en el 2011 y el golpe de Estado militar de 2012 en el vecino Mali, donde varios grupos armados se aprovecharon de la inestabilidad política y tomaron el control del norte de este país, desde entonces la violencia regional ha llegado a unos niveles sin precedentes y ha provocado una atroz crisis humanitaria en Mali, Niger y Burkina Faso. Según la ONU, hay más de un millón de personas desplazadas desde estos tres países.

 “Jóvenes sin esperanzas podrían ser los futuros adeptos a

                    los más radicales discursos fundamentalistas”

Desde los últimos cuatro años, Burkina ha debido de hacer frente a una violencia armada cada vez mayor, por parte de grupos armados yihadistas vinculados tanto a Al-Qaeda y al Dáesh (Estado Islámico) como a fuerzas de defensa locales (una mezcla de voluntarios armados por el gobierno y grupos que han tomado las armas por su cuenta), en donde la violencia ha generado una dinámica propia. Situación que se agudiza con la presencia en la zona de elementos del llamado ISIS-K (Estado Islámico-Khorasán), la vertiente más radical de las huestes del extinto Al-Bagdadi y quienes se han plantado firmes ante los Talibanes en Afganistán.

A lo cual se debe de sumar los estragos económicos y sociales que han dejado en la población rural burkinabé la pandemia del COVID-19 y una violencia extremista que está generando una devastación, particularmente en el norte, cerca de la frontera con Malí, lo que ha obligado a casi un millón de personas a  abandonar esa región.

Se suele vincular la violencia en el Sahel, además del factor yihadista, con la competencia por los recursos naturales, aunque los observadores internacionales advierten que el gobierno y los grupos de ayuda deben abordar el cambio climático desde una perspectiva diferente a la hora de proporcionar soluciones a las comunidades. Es esencial luchar contra el cambio climático y sus efectos, lo que incluye una mayor preocupación sobre la tierra, en particular en las zonas rurales más empobrecidas, lugares en donde, coincidentemente, jóvenes desarraigados y sin esperanzas podrían ser los futuros adeptos a los más radicales discursos fundamentalistas.

 


lunes, 5 de septiembre de 2022

RD DEL CONGO: ¿HABRÁ UNA  LUZ  AL FINAL  DEL  TÚNEL? 





Cinco millones de muertos, dos millones de personas desplazadas en menos de dos décadas y el conflicto congoleño continúa en medio de la indiferencia mundial y el mutismo de la prensa internacional. Es un "escándalo geológico", de un país con una riqueza mineral y una población postrada en la pobreza. Las causas principales: el voraz apetito tanto de las potencias occidentales como de las empresas transnacionales mineras, la violencia étnica estimulada por las vecinas Uganda y Ruanda y el “cinismo de la geopolítica”. Sumado a ello, la intemperancia de gobiernos dictatoriales que durante largas décadas se empecinaron en aferrarse al poder ilegalmente y que ahora con un presidente elegido por elecciones, pero deslegitimado por su accionar anti-democrático, se enrumba hacia un futuro incierto, sin desmarcarse debidamente del lastre del militarismo ni de la influencia de los intereses transnacionales. 

La RD del Congo está enclavada en una zona de gran valor geopolítico, la región de los Grandes Lagos y particularmente la provincia de los Kivú (norte y sur). La martirizada provincia congoleña, es considerada como parte activa de un sistema regional de conflictos. Hay que tener en cuenta que esta recurrente situación de violencia, se constituye en una importante traba para la reconstrucción y viabilidad como nación y una amenaza para la estabilidad de toda la región. Hoy más que nunca Kivú se puede convertir en el polvorín del África central. 

Un conflicto que debe afrontar factores externos que lo condicionan y lo preservan, como la no solucionada dialéctica étnica; la situación demográfica; los intereses económicos contradictorios, generados por las grandes potencias y las empresas extractivas y el valor estratégico del país, por la presencia de ingente recursos minerales. La RD del Congo posee y explota una gigantesca reserva mineral compuesta por cobalto, coltán, oro, cobre, uranio y, además, posee una de las mayores reservas forestales del planeta. Podemos decir que es un país rico. Pero por otro lado, el desempleo, la pobreza y el hambre transforman al Congo Kinshasa en uno de los peores países del mundo para vivir.  

Esa inmensa contradicción es posible por la presencia de milicias que impunemente matan todos los días y la presencia de las tropas de la ONU conocidas como Monusco, que son cómplices directas de esta violencia. Sin dejar de lado el factor político, condicionado por el gobierno del presidente Félix Tshisekedi, que ha impuesto un Estado de sitio en las zonas de mayores conflictos, criminalizando las luchas sociales y proscribiendo a organizaciones de la sociedad civil. Un gobierno anti-popular que ha creado lazos perversos con los sectores militaristas, restringiendo su margen de maniobra y limitando su accionar democrático. Muchos de los conflictos más sangrientos que se han vivido en África, como los de: Angola, Mozambique, Sierra Leona o Liberia han terminado, dejando atrás un difícil periodo de post-guerra. En algunos casos -Angola y Mozambique por ejemplo- la guerra y la fase de post-guerra fueron reemplazadas por un gran dinamismo económico, para convertirse ambos países, en las principales áreas de atracción de inversión extranjera directa en África. 

Pero otras zonas de violencia persisten en el continente y otras se han disparado aún más en los últimos años. Los conflictos en Sudán del Sur, Somalia, República Centroafricana y el norte de Nigeria, como las grandes agitaciones armadas que afectan a varias naciones de la región del Sahel, como Burkina Faso, Níger, Camerún, Chad o Mali, que después de la guerra en Libia y el despertar del yihadismo, siguen socavando la estabilidad del continente africano, representando una pesada roca en el camino hacia la consolidación de los resultados económicos alentadores de la última década. Pero de todos los conflictos africanos en alza, la interminable como casi olvidada guerra civil que se vive en la RDC, es la más difícil de abordar y dar solución por la gravitación de sus estratégicas y codiciadas riquezas naturales. 

La solución definitiva para esta violencia sin fin, como la que vive este país, no solo tiene que ver con estrategias militares, con planes ofensivos o con más represión contra la población civil; la paz para el Congo pasa principalmente por un dialogo político con Ruanda, el expansionista y agresivo vecino del Congo; por una autentica salida política al problema de los refugiados hutus; por el retiro definitivo y sin condiciones de todos los grupos armados provenientes de Ruanda y Uganda; pero sobre todo, por una verdadera transformación del Estado congoleño, una transformación en que la población tome parte en las decisiones políticas, en la distribución y acceso a sus recursos naturales y en las decisiones que involucren el pleno respeto a sus derechos de participación política y libertades democráticas. Solo con estas mínimas condiciones se podría vislumbrar en el Congo una luz al final del túnel.

lunes, 13 de septiembre de 2021

 

ETIOPÍA, EGIPTO Y SUDÁN: LA  TRIANGULACIÓN  DE  UN CONFLICTO

Por:  Javier Fernando Miranda Prieto

 

El ejército de Etiopía ha capitalizado un importante liderazgo en la región, a raíz de su
enfrentamiento armado contra la provincia de Tigray.

Desde hace varios años se viene alertando sobre las consecuencias del cambio climático, la privatización del agua y la falta de acceso a la misma, producto de la concentración de este vital recurso por potencias regionales. En la actualidad, en lugar de la cooperación se está dando un importante conflicto de impredecibles consecuencias, entre tres de los 11 territorios que se encuentran dentro de la cuenca del mayor río africano, el rio Nilo. Esta compleja triangulación de intereses se da entre los principales países de esta cuenca: Egipto, Sudán y Etiopía.

Como se sabe, el río Nilo, junto con el río Amazonas es considerado uno de los más largos del mundo. Tiene dos fuentes principales: el Nilo Blanco que es cerca del 20% de la fuente del Nilo y el Nilo Azul que representa el 80%. Este último tiene su nacimiento en el Lago Tana en Etiopía y fluye hacia el norte en dirección a Sudán y posteriormente a Egipto para luego desembocar en el mar Mediterráneo.

Etiopía está construyendo en el Nilo Azul, la Gran Presa del Renacimiento Etíope conocida como GERD, por sus siglas en inglés, el reservorio más grande de África. Si bien el proyecto data de fines de la década del 50, no se hizo efectivo por el golpe militar y la guerra civil etíope, que se dio durante la década de los 90. La represa comenzó su construcción en el año 2011, sin un acuerdo transfronterizo que involucrara a Sudán y Egipto. Sin embargo, en el año 2015 se firmó un acuerdo con estos dos gobiernos, Egipto y Sudán, que estaban en manos de dictaduras. Acuerdo en el que Etiopía se comprometía a no afectar la disponibilidad de agua, fundamentales tanto para Jartum como para El Cairo.

 

La presa de Renacimiento en Etiopía será el reservorio
más grande de África.
A pesar de este acuerdo, cuando Etiopía comenzó el llenado del embalse construido, del tamaño de 2 a 3 veces el lago Tana, se intensificó el conflicto con Egipto y Sudán. Es importante destacar que en este último, en el año 2019, el gobierno dictatorial de Omar Hasán Ahmad al Bashir, quien gobernó durante 30 años, fue derrocado por masivas protestas civiles. El nuevo gobierno de transición cambió de posición respecto a muchas de las políticas del antiguo régimen, entre ellas un acercamiento a Egipto y Occidente, distanciándose de Addis Abeba.

La postura de Egipto es histórica respecto del uso del agua del Nilo ya que fue crucial para su población desde la antigua civilización egipcia. Desde el año 1902 viene realizando acuerdos afianzando su posición dominante sobre el Nilo con apoyo internacional. Butros Butros-Ghali, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Egipto, en una entrevista en el año 1985, presentó la posición de este territorio respecto del Nilo: “la próxima guerra en Oriente Medio, se librará por el agua, no por política”. Su postura se modificó siendo el Secretario General de la ONU entre 1991 y 1996, al expresarse a favor de la cooperación.

Según Egipto, esta nación no puede vivir con una reducción sustancial del agua del Nilo. Su economía y el agua para el consumo de su población dependen de ello. La agricultura egipcia, representa actualmente 12 por ciento del producto interno bruto PBI y emplea al 24 por ciento de la mano de obra, en cuyas desérticas tierras no habría podido surgir la primera gran civilización humana sin las aguas del caudaloso río. Este argumento también lo ha asumido el gobierno de Jartum, nación que basa su economía en la agricultura. Mientras que en Etiopía, más de 65 millones de personas viven sin acceso a la electricidad. Durante mucho tiempo, este país fue conocido por sus crisis humanitarias y sus hambrunas. Es por ello que el actual gobierno apuesta por este mega-proyecto hidroeléctrico para desarrollar las zonas rurales y urbanas y con ello atraer inversiones.

Este conflicto por el agua del río Nilo, está derivando hacia un enfrentamiento
geopolítico tripartito entre Etiopía, Egipto y Sudán.

Un dato adicional, el PBI per cápita etíope es de unos 780 dólares, cuatro veces inferior al egipcio. Para Etiopía, la construcción del GERD se ha convertido en una cuestión no solo estratégica, sino de orgullo nacional. Ahora, ante las dificultades para financiar este Proyecto, de casi 5 mil millones de dólares, a través de la financiación internacional, a causa de su polémica naturaleza, el gobierno etíope ha sufragado buena parte del gasto con unos bonos patrióticos adquiridos por sus propios ciudadanos. Precisamente, la politización de este conflicto y el hecho que se haya inflamado los sentimientos nacionalistas en ambos países, es uno de los principales obstáculos para una resolución negociada.

Esta triangulación del conflicto por el agua, también tiene inevitables connotaciones geopolíticas. Etiopía a través de su Primer Ministro Abiy Ahmed, ha capitalizado un importante liderazgo interno, a raíz de su enfrentamiento contra la provincia rebelde de Tigray. Aunque no hay que descartar la agudización de este conflicto armado, teniendo en cuenta el rearme de la fuerzas del Frente de Liberación Popular de Tigray, con el muy probable inicio, por parte de esta banda armada, de una guerra de guerrillas en todo el territorio etíope. Mientras que el Presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, un aliado incondicional de los Estados Unidos en el Magreb, necesita mantener el viejo liderazgo de su país en Oriente Medio y África, por lo que no puede permitirse la pérdida de su hegemonía en un espacio vital como el río Nilo. Sudán, el tercero en discordia, ha iniciado acercamientos con su vecino egipcio. Hace dos meses, ambos países, suscribieron un tratado de defensa mutua, acuerdo militar muy oportuno teniendo en cuenta las recientes escaramuzas en la frontera entre Etiopía y Sudán. Como vemos, no solo es una disputa entre electricidad o agua, sino también la geopolítica está jugando un papel prioritario en este enfrentamiento tripartito.

En caso de un conflicto armado entre estos tres países, las consecuencias recaerán, como siempre, sobre las poblaciones civiles que sufren los efectos de gobiernos que solo defienden sus intereses hegemónicos.